¿Qué es peor?, ¿La ignorancia o la indiferencia?

Ni lo sé ni me importa

martes, 21 de enero de 2014

Los fines ocultos de la educación

Tranquilos, que no voy de conspiraciones, sino de simple análisis. Y eso cosa de la ginebra: se me pasa enseguida:

Cuando acabó la cosa agraria, y el terruño se sustituyó por las fabricas, esos monstruos inmortales donde las sirenas llamaban a los hombres a su perdición (qué sabio era Homero, cojones), se vio que era necesario preparar a los niños para la vida de fábrica. 

Y ahí se jodió todo, porque los dueños se dieron cuenta enseguida de que era casi imposible transformar a las personas de más de quince años  en buenos obreros de fábrica. Y así, para conseguirlo, se inventó la educación general.

Construida sobre el modelo de la fábrica, la educación general enseñaba los fundamentos de la lectura, la escritura y la aritmética, un poco de Historia y otras materias que se consideraban bonitas, convenientes o edificantes. Esto era lo que estaba a la luz, pero debajo de esto había otra capa,. que era la que de veras interesaba:  Se componía en aquel entonces (y manda cojones qué poco ha cambiado)  de tres enseñanzas fundamentales: una, de puntualidad; otra, de obediencia y otra de trabajo mecánico y repetitivo. El trabajo de la fábrica exigía obreros que llegasen a la hora, especialmente en las cadenas de producción. Exigía trabajadores que aceptasen sin discusión órdenes superiores. Y exigía hombres y mujeres preparados para trabajar en máquinas o en oficinas, realizando operaciones brutalmente repetitivas.

Así, pues, a partir de mediados del siglo XIX, asistimos a una incesante progresión educacional: los niños empezaban a asistir a la escuela cada vez a menor edad, el curso esco­lar se iba haciendo cada vez más largo  y el número de años de educación obligatoria creció irresistiblemente.

Que sí, que es bueno. Pero no era esa la idea que lo creó.

No era esa...

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy acertado tu comentario, sin duda, pero esta situación que tan bien retratas permanece porque los docentes lo consentimos y, en algunos casos, lo alentamos. Permitamos un nivel razonable de "impuntualidad", democraticemos las aulas y probemos a innovar, perdamos el miedo a hacer algo distinto a lo que hicieron con nosotros en la escuela. Seguro que, entonces, quienes inventaron esas tres reglas que denuncias hallarían una nueva manera de contrarrestar nuestra mala influencia, pero se verían enfrentados a personas conocedoras de sus derechos y capaces de reivindicarlos, no a robots. Y, a lo mejor, no les resultaba tan fácil.